La democracia del día a día


La democracia no consiste en dejar un papel en una urna y después cerrar los ojos y taparse los oídos y la nariz para cuatro años más tarde salir de nuevo a la superficie. Por mucho que eso sea lo conveniente para la casta política. En la Puerta del Sol se mueve una sardónica frase que asegura que si votar fuese eficaz estaría prohibido. La caricatura, por muy difuminada que esté, refleja siempre una parte de la realidad. Hoy España es una democracia, un país en el que se respetan con cierta holgura todas las libertades, pero también es un sistema disfuncional en el que el voto dista mucho de representar fielmente el pulso de su sociedad. Sí, es cierto, el PP y el PSOE gobiernan porque sacan una enorme cantidad de sufragios en todas y cada una de las elecciones. Pero no lo es menos que ambos partidos son enormes contenedores en los que las propuestas y las ideologías se ahogan en el griterío. Es difícil encontrar una representación total en cualquier partido de ese tamaño. Es difícil meter a diez millones de personas detrás de unas siglas en las que no hay discrepancias. Es imposible creer en la política si nadie es capaz de dar visiones nuevas.

Tener una democracia aspectual puede sedar a la sociedad cuando las cosas llegan bien dadas. Pero todo cambia si el mundo se derrumba. Cuando la gente pasa sus días tocando puertas y no encuentra una sola respuesta termina mirando a esos que cada cuatro años pueblan las calles con carteles sonrientes. Y no saben dar respuestas, ni una sola. Hablan de lo malo que es el otro y lo bueno que es el propio, pero las propuestas son cortas y con sifón. Su crisis es en abstracto, de palabras grandilocuentes que se rompen en el aire para no llegar a ningún sitio. El problema no es que no quieran hacerlo, es que viven tan pagados de sí mismos que no se han dado cuenta. Se levantan por las mañanas pensando que la política que hacen es la real, que sus obsesiones son las mismas por las que el ciudadano no puede dormir, pero no, se equivocan, han perdido su contacto con la realidad y ese es su mayor pecado. Han hablado tanto que ya no saben escuchar.


Indignados no es un eslogan, es la consecuencia de una realidad. Y los que en Sol acampa no son antisistema, son víctimas de esa misma realidad. O solidarios con esas víctimas porque, quien más y quien menos, aunque la vida le sonría, tiene alguien que merece mucho más y no lo tiene. Se puede, es más, se necesita, no estar de acuerdo con todo lo que de Sol sale. Porque uno no puede amoldarse plenamente en unas ideas dispares y moldeadas por otros, está obligado a, en buena medida, pensar por sí mismo. Pero una cosa son las musas y otra el teatro. En esto último habrá discrepancias, pero las primera parte es un frente común. Las reivindicaciones pueden ser difusas, pero es muy evidente lo que se rechaza. Es necesario un cambio, uno real que modifique en buena medida las muchas imperfecciones de nuestra sociedad. No faltarán, porque de hecho gritan mucho, los que piden que se cambie el sistema dentro del sistema. Respetable, pero irreal, son muchos los barrancos que hay por el camino para llegar al final con la antorcha aún encendida, habrá muchos y muy poderosos que corten las alas por el camino.

Lo que hay en Sol no es la representación de la ciudadanía al completo, pero sí el pulso de una parte de la sociedad a la que no le gusta nada lo que ve y que cree que el vaso ya se ha rebosado con holgura. Algunos quieren ver que allí no hay nadie, que la plaza está en silencio. Son los que hablan y no escuchan, los despegados de la realidad. Su único argumento, el mejor que esgrimen, es la ilegalidad de la protesta por ser las fechas que son. Decía el muy desafortunado dictamen de la Junta Electoral de Madrid que la petición del voto responsable podía alterar el voto. Pedir eso, por supuesto, no es aceptable. Pensar un poco más que es lo que se va a meter en la urna, ese sacrosanto momento que es muy importante pero parece que no reflexivo, no es de recibo. Pensar no es de recibo. Si unas elecciones son, como muchos repiten con un tono cursi, una fiesta de la democracia, esta ha sido la mejor de todas. La gente ha olvidado sus sectas y ha salido a la calle para hacer alta política. Ya va casi una semana de gritos en Sol, de pancartas que piden un paso más. Se ha pedido tanta reflexión que la inane jornada que empezó hace unas horas ya no tiene sentido. En realidad nunca lo tuvo, nadie se ha tomado en serio un día que la democracia se toma de vacaciones.

Tengo un cierto complejo que me lleva a tirarme a la prensa extranjera cada vez que pasa algo gordo en mi país. Esta semana lo he hecho de nuevo y he visto mucha curiosidad por algo que nadie esperaba. Yo tampoco, pero me alegro de que haya ocurrido. Se ha hecho dentro del civismo, un dato más a tener en cuenta, pero no el fundamental. Lo nuclear en este caso es que mucha gente se ha cansado y ahora quiere hacerse oír ¿cuál es el problema? ¿qué hay de malo en ello? Esa es la democracia real, la que no separa sus pensamientos en cuatrienios, la que realmente pueda hacer que esto cambie. Y tiene que cambiar.

El buenismo, la herencia de Zapatero




No me gusta quedarme con las primeras impresiones, probablemente porque no suelo salir bien parado de ellas. Es posible que hace siete años, o seis, o cuatro, no hubiese escrito lo que me dispongo a escribir ahora. De hecho no es posible, es seguro. Tampoco he cambiado tanto, pero siempre hay detalles, pequeños matices. El caso es que aquel 14 de marzo de 2004 yo no voté al PSOE ni voté a Zapatero. Tampoco voté al PP, Acebes había tirado mi casi segura papeleta por el retrete. Pensaba, como tantos otros, que la derecha ganaría de nuevo esa votación, que les costaría mucho más gobernar, pero sobrevivirían. Me equivoqué una vez más.

Llegaba Zapatero y, con él, el zapaterismo. O, lo que es lo mismo, el buenismo, esa concepción del mundo en la que se piensa que con un par de buenas palabras se van a abrir las aguas del mar Rojo. Para bien y para mal. Seis años así, buenista para bien y para mal. Para bien Irak. No me gustaba esa guerra en su momento, ahora con más datos aún menos. Quizá fallaron las formas, pero no lo sé, no soy estratega militar y desconozco si nuestro paso adelante fue un paso atrás para otros. Pareció la decisión, eso sí, deslavazada, como mal planteada. Eso también ha sido una constante en los siete años de Zapatero, las ideas, buenas o malas, siempre han estado mal comunicadas. Lo más difícil para ZP es algo que a mi, quizá porque me dedico a ello, me parece lo más sencillo. Para bien el aborto. No sé qué pensaría mi yo de hace siete años, pero hoy agradezco que esas decisiones sean más fáciles de tomar. Es una decisión muy dura, de las más duras, es conveniente abrir las opciones y escuchar mucho menos a las conciencias que se dirigen desde Roma. Creo que en aquellos días esto me parecían cosas menores, gestos por debajo de acciones. Ahora no lo creo así, me gustan estas cosas que abren nuevas vías y ya no creo que sean minucias. En la misma línea hablaría de los matrimonios homosexuales. Deja decidir al ciudadano, no le pastorees, no des por sentado que es tonto. Hubo un momento en aquella discusión en la que todo se convirtió en un problema semantico de la palabra matrimonio. Valiente tontería, crear ciudadanos de primera y segunda por un problema que no sabría resolver ni la RAE. Por lo general creo que Zapatero es un cúmulo de buenas intenciones y, como punto de partida, no me parece mal.

Pero la balanza también tiene pesos importantes en el otro lado. El buenismo llevó a una política exterior deslabazada, inconexa, con algunas ideas de cordero degollado. No creí, ni creo ahora, en la Alianza de las Civilizaciones. Ana Botella diría que es juntar peras con manzanas y, en esto, tendría razón. No caeré, al menos no esta vez, en el Eurocentrismo de pensar que la nuestra es la buena y que todos los demás deben tener una democracia parlamentaria liberal de **** madre. No, hoy no. El problema, además, no es ese. Es que hablamos idiomas diferentes y, obviamente, no hablo de una cuestión lingüística. Donde unos ven sacrilegios otros creen que es libertad. Donde hay latrocinios, ley. Claro, así el dialogo es imposible, y menos aún que los niños canten como las canciones de Doraemon. En no pocas ocasiones Zapatero propuso soluciones muy sencillas para problemas complicadísimos y, lógicamente, siempre salieron mal.

No fue su único problema en el exterior. Sus bravuconerías populistas previas a tomar el poder le costaron la relación con Estados Unidos. Y eso puede gustar a mucha gente, pero no es muy operativo. No es sólo Bush, tampoco Obama se ha acordado mucho de ese tipo que vive en La Moncloa. Da la impresión de que España ha perdido peso en el mundo con Zapatero, lo cual no es para llorar, pero tampoco es positivo. El buenismo (de nuevo) de Zapatero le llevó a convertirse en la libertad guiando al pueblo con el tema de la Constitución Europea. Votamos los primeros para pavonearnos y hubo que envainarla. Debo reconocer que mi idea de Europa es sensiblemente diferente a la de la mayoría, así que difícilmente podríamos ponernos de acuerdo en temas concretos. Como generalidad diré que hemos tenido un peso escaso (por decir algo) en las decisiones de Bruselas y que las pocas veces que hemos necesitado al resto de la UE nos hemos quedado esperando. No quiero decir con esto que sea exclusiva culpa de Zapatero, pero tampoco ha ayudado a cambiar todo eso.

Vuelvo a la extrema bondad del personaje. Decidió que iba a ser un presidente pivotal de la democracia acabando con ETA. Creo que hoy estamos más cerca que nunca de ello, pero el modo en el que se han desarrollado las cosas muestra que la manera de conseguirlo ha sido la antitética a las tesis de Zapatero. Se empeñó en negociar con tipos que ya habían demostrado ser incapaces de sentarse en una mesa y avanzar en el dialogo. Y así salió. Esta semana varios periódicos (encabezados por El Mundo, por cierto, me ha sorprendido leer en el perfil de El País de Rubalcaba una idea de esto completamente tergiversada) muestran lo que fueron aquellas conversaciones, lo que llegamos a dar (Faisán, más dialogo ante la intransigencia) y lo muy poquito que ganamos. Después se puso duro, muy duro y el tema ha cambiado mucho. Es difícil hacer las cosas de una manera tan opuesta con un solo gobernante. Diré también que no soy un entusiasta de las ilegalizaciones de partido. Daré hasta mi última gota de sangre por defender sus ideas aunque no esté de acuerdo con ellas, dice el adagio. Creo que no tanto, y más en este caso que es literal, pero me siento incómodo cuando se tiene que recurrir a los juzgados y no sólo a la lógica del ciudadano.

Zapatero, que ha sido un buen presidente para las libertades, es un pésimo gestor. No ve las cosas, no se rodea bien, no es capaz de dirigir con inteligencia un presupuesto. No es el culpable de la crisis, claro, pero sí es culpable de no haberla visto cuando era muy evidente para cualquiera y de no haber sabido atacarla hasta que no le han tirado varias veces de las orejas. La crisis en España no se solucionaba con un par de palabras bonitas. Zapatero, que debe ser un tipo con suerte, creyó que una vez más valdría con una sonrisa. No era el caso. Esto, por cierto, fue el golpe de gracia para aquel optimista patológico de León. Hoy Zapatero es más triste, más sombrío, más reflexivo, más duro. Es probable que sea peor persona y mejor gobernante.

Tampoco ha sido el mejor rodeándose de colaboradores. Ha tenido algunos aciertos, claro, como Gabilondo Camaño, pero el saldo no creo que le favorezca. Bibiana Aido, González Sinde, Leire Pejín, Carmen Calvo ("el dinero público no es de nadie")... o mis favoritos, Magdalena Álvarez y Bermejo. Por el camino mucha cuota catalana y andaluza como si los gobiernos se confeccionasen al peso y no por capacidades. Se ha notado esto mucho en cuestiones de comunicación, en pocos lugares del mundo un gobierno es capaz de caer en tantas contradicciones internas como el de ZP. Un día era A, al siguiente A' y después Z o H. Como ciudadano aborrezco estas cosas, me gusta estar enterado y en estos últimos siete años no he sido capaz. Lo he intentado con todas mis fuerzas, pero no me han dejado.

Con todo esto, y muchas cosas que me dejo (aseguro que no he mirado un solo papel para esta mierda que he escrito), no sabría decir si es un gran iluminado o un desastre completo. Creo que el cambio es necesario, exigido, y me encantaría que fuese un cambio de verdad (me voy olvidando, ya lo sé). Creo que le ha sobrado el tiempo, sus políticas de primera ola tenían un pase, pero cuando tuvo que controlar el dinero caímos en el disparate. Pero no sé evaluarle. Me quedo, para terminar (por hoy, que otro día entraré en las primarias aunque a nadie le apetezca demasiado leerme) con un par de reflexiones de Gistau hoy en El Mundo. La primera es que pasa el tiempo. Y eso se ve mejor en estas cosas. Zapatero es el primer presidente que pude votar y no voté, es mi adolescencia, mi carrera, mis primeros trabajos, alguna que otra novia. Y ahora cierra el ciclo y todo cambia un poco, algo muere, algo nace. También me quedo con la otra, Zapatero tiene dos opciones en lo que le queda: dejarse llevar por la irrelevancia y ser absorbido por las primarias o, ya ligero de equipaje, hacer lo que no se atrevía a hacer cuando las encuestas le escrutaban y le marcaban el futuro. A ver que pasa, le queda un año.

Empezar

Lo difícil es empezar. Sobre todo si le has dado muchas vueltas a la cabeza. Las ideas han pasado una a una y ahora no sabes que hacer. Es curioso, al principio todas son atractivas pero el tiempo las quita vigencia. Lo que ayer era genial hoy no sirve para nada, parecen versiones de Windows. Supongo que la primera pregunta a responder cuando se empieza algo de este estilo es ¿para qué? y esa es también, como no, la primera que no sé responder. No es por falta de cosas de contar, al menos quiero pensar que no es eso. Por el día pasan mil cosas por la mente, unas serias, otras íntimas, muchas graciosas, algunas parecen geniales, otras deben serlo, no pocas no sirven para nada. Hay que pensar cuantas de ellas resisten salir de la cabeza para verbalizarse y, lo que es peor, cuantas aguantan la escritura. No es tan fácil, aunque lo parezca. Cada vez que voy a una librería, que es algo bastante frecuente, me sorprendo de la cantidad de novedades. No hay ningún pudor por dejar escritas miles de páginas cuyo destino único es el olvido. Dudo que pueda cambiar el mundo desde un blog, estoy casi seguro que tendré contadísimos seguidores y todos ellos de mi círculo cercano.

Y, sin embargo, parece que voy a hacerlo. Quiero decir cosas, muchas cosas. Cosas que me gustan, otras que me disgustan. Quiero ser constante, pero no sé si podré. Quiero hablar de deportes, de política, de cine, de música, de viajes, de sueños. Y eso hace todo esto más difícil porque, si al menos supiese ser concreto, podría hacerme un hueco. Quiero escribir bien, pero las dudas atenazan cada letra que tecleo. Quiero muchas cosas pero me cuesta ponerlas en práctica. Lo intentaré, claro, porque hoy esto sólo lo voy a leer yo, y mañana también, y al día siguiente. Si la cosa funciona a lo mejor suelto la cuerda y dejo que alguien me observe. Pero para eso tienen que darse una serie de factores que, ahora mismo, sólo son parte de una enorme incertidumbre.